1 mayo 2022: alzar la voz


Dejados atrás los tiempos más duros de la pandemia, la conmemoración del Primero de Mayo de 2022 vuelve a constituirse en ocasión inmejorable para la movilización de la clase obrera y demostrar la adhesión a una convicción siempre vigente: los derechos se conquistan, nunca son dados

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Los resultados de la reciente EPA dados a conocer a lo largo de esta misma semana vuelven a mostrar, por más que se ha haya rebajado ligeramente el rojo sangrante de algunos de los indicadores que señalan la eterna mala salud de las relaciones laborales en España, que la precariedad, la temporalidad y la insuficiencia de los salarios siguen constituyendo las constantes vitales del mundo del trabajo.

Este Primero de mayo llega a pocos meses de la agónica convalidación parlamentaria de la última de las numerosísimas reformas laborales que hemos venido padeciendo desde hace décadas. La primera que no constituye una maniobra exclusivamente destinada a laminar derechos. Pero todavía apenas un vaso medio lleno que dista mucho de ser la conquista de los cielos que algunos han venido prometiendo una y otra vez, de forma reiterada y constante. Al contrario, una reforma que nacida al grito de recuperar todo lo perdido, consolida algunos de los aspectos más lesivos de las reformas laborales tanto de 2010 como de 2012 que, éstas sí, se irguieron sin ambages como contundentes elementos de desequilibrio a favor del mundo empresarial en detrimento de los derechos laborales. Tras la reforma de 2022, despedir no es más difícil de lo que lo era ni requiere de mayor esfuerzo argumentativo, las empresas siguen pudiendo disponer con amplio margen de acción de salarios y condiciones laborales, la administración continúa con las manos atadas a la hora de incidir sobre los despidos colectivos y a la temporalidad sin causa no se le ha puesto el bozal rígido del que algunos presumen. No es, como dijo Lampedusa, que toda haya cambiado para seguir igual. En la mayoría de aspectos, ni tan siquiera ha cambiado.

Sin negar las consecuciones, no es momento de las complicidades que se transforman en cadenas de complacencia. Ni tampoco es el momento de amplificar de forma acrítica y servil unos discursos que a menudo escudan el vacío tras su fachada. En este Primero de mayo en el que las movilizaciones vuelven a tener las calles como lugar de acogida, resulta imprescindible que el sindicalismo reivindique lo inmenso todavía por conseguir. Y no tan solo ese sindicalismo rebelde y comprometido que jamás ha dejado de hacerlo y luchar. Es imprescindible que quien muestre el deseo y la voluntad de recuperarse a sí mismo como vector de progreso y ampliación de derechos sea el sindicalismo mayoritario. Ese mismo al que se otorgan tantas y tan excesivas prerrogativas de representación.

Las patrias de un sindicalismo de clase deben ser las calles y los centros de trabajo antes que los despachos donde mora un poder que nunca ha hecho de los derechos de trabajadores y trabajadoras su prioridad. El Primero de mayo debiera ser una ocasión propicia para demostrar que son todas y no solo algunas las organizaciones sindicales que así lo entienden. Porque en un Estado en el que son tantas y tantas las personas a quienes de un modo u otro se le niega a diario la dignidad del trabajo, la crítica y la constante confrontación de pareceres es la única forma de proceder que resulta exigible al elemento sindical, tan evidentemente necesario como dolorosamente ausente en muchas ocasiones.

Este Primero de mayo, como cada primero de mayo, es momento de recordar a quien necesite oírlo que los trabajadores y trabajadoras del Estado español no han abandonado la esperanza de hacer del trabajo un espacio de equidad y la verdadera puerta de entrada a unas vidas plenas. La esperanza de que algún día, realmente, se conquisten los cielos.

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Los resultados de la reciente EPA dados a conocer a lo largo de esta misma semana vuelven a mostrar, por más que se ha haya rebajado ligeramente el rojo sangrante de algunos de los indicadores que señalan la eterna mala salud de las relaciones laborales en España, que la precariedad, la temporalidad y la insuficiencia de los salarios siguen constituyendo las constantes vitales del mundo del trabajo.

Este Primero de mayo llega a pocos meses de la agónica convalidación parlamentaria de la última de las numerosísimas reformas laborales que hemos venido padeciendo desde hace décadas. La primera que no constituye una maniobra exclusivamente destinada a laminar derechos. Pero todavía apenas un vaso medio lleno que dista mucho de ser la conquista de los cielos que algunos han venido prometiendo una y otra vez, de forma reiterada y constante. Al contrario, una reforma que nacida al grito de recuperar todo lo perdido, consolida algunos de los aspectos más lesivos de las reformas laborales tanto de 2010 como de 2012 que, éstas sí, se irguieron sin ambages como contundentes elementos de desequilibrio a favor del mundo empresarial en detrimento de los derechos laborales. Tras la reforma de 2022, despedir no es más difícil de lo que lo era ni requiere de mayor esfuerzo argumentativo, las empresas siguen pudiendo disponer con amplio margen de acción de salarios y condiciones laborales, la administración continúa con las manos atadas a la hora de incidir sobre los despidos colectivos y a la temporalidad sin causa no se le ha puesto el bozal rígido del que algunos presumen. No es, como dijo Lampedusa, que toda haya cambiado para seguir igual. En la mayoría de aspectos, ni tan siquiera ha cambiado.

Sin negar las consecuciones, no es momento de las complicidades que se transforman en cadenas de complacencia. Ni tampoco es el momento de amplificar de forma acrítica y servil unos discursos que a menudo escudan el vacío tras su fachada. En este Primero de mayo en el que las movilizaciones vuelven a tener las calles como lugar de acogida, resulta imprescindible que el sindicalismo reivindique lo inmenso todavía por conseguir. Y no tan solo ese sindicalismo rebelde y comprometido que jamás ha dejado de hacerlo y luchar. Es imprescindible que quien muestre el deseo y la voluntad de recuperarse a sí mismo como vector de progreso y ampliación de derechos sea el sindicalismo mayoritario. Ese mismo al que se otorgan tantas y tan excesivas prerrogativas de representación.

Las patrias de un sindicalismo de clase deben ser las calles y los centros de trabajo antes que los despachos donde mora un poder que nunca ha hecho de los derechos de trabajadores y trabajadoras su prioridad. El Primero de mayo debiera ser una ocasión propicia para demostrar que son todas y no solo algunas las organizaciones sindicales que así lo entienden. Porque en un Estado en el que son tantas y tantas las personas a quienes de un modo u otro se le niega a diario la dignidad del trabajo, la crítica y la constante confrontación de pareceres es la única forma de proceder que resulta exigible al elemento sindical, tan evidentemente necesario como dolorosamente ausente en muchas ocasiones.

Este Primero de mayo, como cada primero de mayo, es momento de recordar a quien necesite oírlo que los trabajadores y trabajadoras del Estado español no han abandonado la esperanza de hacer del trabajo un espacio de equidad y la verdadera puerta de entrada a unas vidas plenas. La esperanza de que algún día, realmente, se conquisten los cielos.