Huelga feminista 8-M: mucho camino por recorrer


Hace 4 años, y siguiendo la estela del eco mundial alcanzado por el movimiento 'Me Too' de denuncia del acoso sexual, se celebró por primera vez la huelga feminista coincidiendo con la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

Una movilización histórica que sacó a la calle la voz de millones de mujeres en todo el mundo y que, tan sólo en el Estado español, se materializó en más de 120 marchas y manifestaciones en diferentes ciudades y pueblos para intentar romper contundentemente el silencio cómplice en torno a la pervivencia de las múltiples formas de discriminación por razón de género que siguen afectando a las mujeres.

Mucho ha llovido desde la celebración de aquella huelga. Y si hablamos de discriminación, cabe decir que llueve sobre mojado. Indiscutiblemente, existen avances en materia de igualdad y algunos de ellos son especialmente significativos. Pero la velocidad del cambio no se aviene con la urgencia de la necesidad. Porque de lo que hablamos es del hecho de que la mitad de la población vive en situación de agravio y que, tal y como menciona la famosa cita, la idea de que las mujeres son personas y que entre personas sólo puede existir igualdad de derechos continúa siendo radical. Extrañamente radical.

A día de hoy, la igualdad es espejismo y apariencia. Las normas pueden ser neutras pero sus efectos no lo son y precariedad es una palabra de género femenino no tan sólo en términos gramaticales. La brecha salarial sigue situada por encima de un intolerable 20%, afectando también a las futuras pensiones. El cristal es un material que debería ser frágil, pero que parece imposible romper cuando de lo que hablamos es de los techos de cristal que limitan los horizontes profesionales. El peso de las tareas domésticas y, sobre todo, el del esfuerzo relacionado con el cuidado de las personas (jóvenes y mayores) sigue sin redistribuirse en términos de equidad y recae de forma abrumadora sobre las mujeres que son, como consecuencia de este peso, las que siguen sacrificando salario y tiempo de trabajo. Las mujeres siguen siendo asesinadas por motivaciones exclusivamente machistas y, a pesar del despliegue normativo de los últimos años, la protección llega tarde o no lo hace nunca en muchos casos en los que existían denuncias previas. Situación que todavía se agrava más cuando constatamos, como hacen numerosos estudios, que entre las nuevas generaciones no sólo se mantienen este tipo de conductas violentas sino que, en algunas de sus manifestaciones, incluso se agravan y aumenta la tolerancia. Y no, no es una forma de violencia. Son violencias, en doloroso plural. Violencia física, psicológica y sexual; violencia simbólica y cultural; violencia económica y laboral. Violencia que, como ocurre con «precariedad», también es una palabra de género femenino.

Como también lo son valentía y esperanza. Y hoy es un muy buen día para recordarlo y utilizar todos los medios, incluido el derecho de huelga, para hacer visible la lucha feminista y la reclamación de un mundo en el que la mitad de la población no ostente la categoría de ciudadanas de segunda.

Una movilización histórica que sacó a la calle la voz de millones de mujeres en todo el mundo y que, tan sólo en el Estado español, se materializó en más de 120 marchas y manifestaciones en diferentes ciudades y pueblos para intentar romper contundentemente el silencio cómplice en torno a la pervivencia de las múltiples formas de discriminación por razón de género que siguen afectando a las mujeres.

Mucho ha llovido desde la celebración de aquella huelga. Y si hablamos de discriminación, cabe decir que llueve sobre mojado. Indiscutiblemente, existen avances en materia de igualdad y algunos de ellos son especialmente significativos. Pero la velocidad del cambio no se aviene con la urgencia de la necesidad. Porque de lo que hablamos es del hecho de que la mitad de la población vive en situación de agravio y que, tal y como menciona la famosa cita, la idea de que las mujeres son personas y que entre personas sólo puede existir igualdad de derechos continúa siendo radical. Extrañamente radical.

A día de hoy, la igualdad es espejismo y apariencia. Las normas pueden ser neutras pero sus efectos no lo son y precariedad es una palabra de género femenino no tan sólo en términos gramaticales. La brecha salarial sigue situada por encima de un intolerable 20%, afectando también a las futuras pensiones. El cristal es un material que debería ser frágil, pero que parece imposible romper cuando de lo que hablamos es de los techos de cristal que limitan los horizontes profesionales. El peso de las tareas domésticas y, sobre todo, el del esfuerzo relacionado con el cuidado de las personas (jóvenes y mayores) sigue sin redistribuirse en términos de equidad y recae de forma abrumadora sobre las mujeres que son, como consecuencia de este peso, las que siguen sacrificando salario y tiempo de trabajo. Las mujeres siguen siendo asesinadas por motivaciones exclusivamente machistas y, a pesar del despliegue normativo de los últimos años, la protección llega tarde o no lo hace nunca en muchos casos en los que existían denuncias previas. Situación que todavía se agrava más cuando constatamos, como hacen numerosos estudios, que entre las nuevas generaciones no sólo se mantienen este tipo de conductas violentas sino que, en algunas de sus manifestaciones, incluso se agravan y aumenta la tolerancia. Y no, no es una forma de violencia. Son violencias, en doloroso plural. Violencia física, psicológica y sexual; violencia simbólica y cultural; violencia económica y laboral. Violencia que, como ocurre con «precariedad», también es una palabra de género femenino.

Como también lo son valentía y esperanza. Y hoy es un muy buen día para recordarlo y utilizar todos los medios, incluido el derecho de huelga, para hacer visible la lucha feminista y la reclamación de un mundo en el que la mitad de la población no ostente la categoría de ciudadanas de segunda.